Se supone que luego de una maratón terminas cansado, con temblor en las piernas, sudor en la frente…
Pero una cosa es una maratón y otra muy distinta, una maratón surrealista.
Tan distintas una de la otra como un clavo de un maorí.
Luego de una maratón surrealista sientes una sonrisa en los brazos,
un calambre oblicuo en las piernas, un collage de bocas asombradas.
Vamos, tienes esa sensación tan habitual de ser un bigote en la cara de otra persona.
Seguro lo has vivido mil veces.
Tu y yo lo sabemos de sobra.
Porque somos una mar de conejos patrios sin censuras.